
Puede que no le pueda regalar a mi esposa un carro del año. Pero siempre le podré regalar una sonrisa.
Puede que no le pueda regalar a mi esposo un terno nuevo. Pero siempre le podré regalar una palabra de admiración y aliento.
Puede que no puedan regalarse grandes discursos el uno al otro, pero siempre podrán regalaron una llamada de teléfono diciéndole que le amas.
Puede que no tengas millones para regalarle, pero siempre le podrás regalar tu confianza y una palabra que le haga sentirse importante.
Es que la fiesta del día de la boda dura solo eso, un día, pero el resto de los días de vuestra vida, pueden ser la fiesta, sin invitados, de las cosas pequeñas, de los pequeños detalles, de las palabras de ternura. La fiesta de la boda puede terminar en borrachera. Mientras que la fiesta de cada día termina siempre en una vida mucho más feliz y gozosa. Y son precisamente esos pequeños detalles los que mejor hablan de la verdad y de la bondad del corazón.
Son esos pequeños detalles los que mejor manifiestan la finura, la ternura, el amor de nuestro corazón. Y con frecuencia son esos pequeños detalles los que menos solemos cultivas. Siempre recordaré a aquel cholito de Iquitos que el Día de la Madre no tenía nada que regalarle a su esposa porque no había vendido nada. Y no tuvo mejor solución que ir a escuchar Misa por ella. Ese fue su regalo.
Todos cuidamos mucho los grandes momentos, pero somos demasiado despistados en relación a los pequeños detalles. Y son precisamente esos pequeños detalles los que marcan y definen la finura y sensibilidad del alma.
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